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Los ODS y un mundo en transformación

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), adoptados en 2015 por Naciones Unidas como hoja de ruta hacia una humanidad más justa, ecológica e igualitaria, constituyen la mayor apuesta multilateral contemporánea por un proyecto compartido de futuro. Con sus 17 metas y 169 indicadores, la Agenda 2030 prometía aunar esfuerzos globales para erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar una vida digna para todas las personas.

Sin embargo, al avanzar hacia la recta final de su horizonte temporal, la pregunta no puede ser solo técnica o voluntarista: ¿cómo sostener semejante ambición ética y política cuando el mundo que habitamos se descompone aceleradamente ante nuestros ojos? Gaza, Ucrania, Cachemira, el colapso diplomático de Naciones Unidas, la impunidad global y el auge de proyectos autoritarios cuestionan no solo la viabilidad práctica de los ODS, sino su misma legitimidad como horizonte común.

Este artículo sostiene que los ODS siguen representando una arquitectura normativa valiosa, pero completamente insuficiente frente a la gravedad del momento actual. La desafección global hacia el proyecto no se debe a su contenido, sino a la fractura entre sus ideales y una realidad internacional dominada por la violencia, la hipocresía institucional, la parálisis de las grandes democracias y la polarización de la sociedad.  

Recuperar la credibilidad de los ODS exige abandonar el tono celebratorio y afrontar con crudeza las contradicciones del presente.

Situación geopolítica actual. Cuando el derecho internacional fracasa

La situación en la Franja de Gaza actualmente es insostenible en el orden internacional. Más de 52.000 personas han muerto, en su mayoría civiles, incluyendo miles de niños y niñas, según datos actualizados de la ONU y organizaciones humanitarias internacionales. La Corte Penal Internacional ha emitido órdenes de arresto contra el primer ministro Benjamin Netanyahu y el exministro de Defensa Yoav Gallant por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, entre ellos el uso sistemático del hambre como arma bélica (New Yorker, 2025; Wikipedia, “ICC Arrest Warrants for Israeli Leaders”).

Israel ha bloqueado deliberadamente la entrada de ayuda humanitaria, medicamentos y combustible, agravando la hambruna y acelerando el colapso hospitalario. La ONU, UNICEF y la UNRWA han calificado la situación de los menores palestinos como “catastrófica y sin precedentes”, alertando de una generación entera marcada por la desnutrición severa, el trauma y la mutilación.

En este escenario, no se puede hablar de mera pasividad internacional. Estados Unidos no solo ha vetado sistemáticamente cualquier resolución de condena en el Consejo de Seguridad, sino que ha intensificado su apoyo militar a Israel y ha anunciado planes para incentivar la “reconstrucción” del sur de Gaza tras la expulsión de la población palestina, incluyendo zonas de uso turístico y logístico estratégico (Time, 2025; FT, 2025).

Mientras tanto, la Unión Europea mantiene una postura ambigua, con declaraciones formales de preocupación que contrastan con la continuidad de acuerdos económicos y militares con Israel.

Todo esto ocurre sin una respuesta efectiva de Naciones Unidas, cuya legitimidad está cada vez más erosionada por su incapacidad de frenar violaciones masivas del derecho internacional humanitario. En palabras del secretario general António Guterres: “El orden internacional basado en normas está al borde del colapso”.
Según la base de datos de conflictos armados UCDP y el Instituto de Investigación para la Paz de Oslo (PRIO), el caso de Gaza representa una ruptura evidente de los mecanismos multilaterales de resolución. Autores como Michael Walzer han advertido en obras como *Just and Unjust Wars* que la legitimidad del derecho internacional depende de su aplicación universal, no selectiva.

La ofensiva sobre Gaza no es solo una tragedia humanitaria: está actuando como catalizador de una reconfiguración violenta del equilibrio regional. Desde octubre de 2024, los enfrentamientos entre Israel y grupos armados en Líbano, Siria y Yemen han escalado con intensidad, con bombardeos cruzados, asesinatos selectivos y ataques sobre infraestructuras civiles.

Estados como Irán y Turquía maniobran para consolidar su influencia regional, y los países del Golfo —especialmente Arabia Saudí y Catar— adoptan una ambigua posición de mediación interesada. Todo esto se produce mientras Estados Unidos redobla su despliegue militar en la región, tanto para proteger intereses estratégicos como para sostener a su aliado principal, Israel.

La ONU ha advertido del riesgo real de una escalada militar interestatal de consecuencias imprevisibles, que podría afectar también a Irak, Jordania y Egipto.

Además de la situación en la región, el escenario internaciones es profundamente desolador. La prolongación de la guerra en Ucrania y la reciente escalada entre India y Pakistán en la región de Cachemira revelan un escenario internacional donde el poder militar ha vuelto a ser la clave de las relaciones entre Estados.

El Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, 2024) reporta un récord histórico en el gasto militar global, acompañado de un aumento de tensiones nucleares regionales. Esta lógica contraviene frontalmente los principios del ODS 16 (paz, justicia e instituciones sólidas), poniendo en evidencia la desconexión entre el ideal de paz global y la realidad estratégica de los Estados más poderosos.

En términos teóricos, el politólogo Barry Buzan sostiene que la proliferación de conflictos interestatales refleja una regresión hacia modelos westfalianos de soberanía armada. El aumento de doctrina realista en política exterior, analizado en *International Relations Theories* (Wendt, Waltz), pone en tensión la posibilidad misma de un marco cooperativo como el que los ODS requieren.

El colapso estructural de los ODS en la coyuntura actual

Aunque el ODS 16 (paz, justicia e instituciones sólidas) es el más directamente vulnerado en el actual contexto bélico, la situación mundial actual refleja un deterioro global de toda la arquitectura de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La desnutrición infantil, la destrucción de hospitales y escuelas, el colapso de servicios básicos y el desplazamiento forzado de millones de personas contravienen frontalmente los ODS 1 (fin de la pobreza), 2 (hambre cero), 3 (salud y bienestar), 4 (educación de calidad) y 6 (agua limpia y saneamiento).

A ello se suma la parálisis institucional internacional, que socava el ODS 17 (alianzas para lograr los objetivos), y la pérdida de credibilidad de los mecanismos multilaterales que deberían garantizar la implementación de todos los demás.

Como advertía el Global Sustainable Development Report (2023), “la velocidad de las crisis supera la capacidad de reacción del sistema internacional”. Incluso la OCDE y la UNESCO han reconocido que la Agenda 2030 corre el riesgo de convertirse en “una narrativa inspiradora, pero operativamente estéril”.

Frente a esta realidad, insistir en la retórica celebratoria de los ODS sin confrontar los bloqueos políticos, económicos y militares que impiden su cumplimiento real solo alimenta el cinismo y la desafección ciudadana. El problema no es el contenido de los ODS, sino su instrumentalización como discurso sin estructura de poder coherente que lo sustente.

Desafección ciudadana y cinismo institucional

Mientras los discursos oficiales celebran avances en sostenibilidad o cooperación, ignorando la situación geopolítica en la aplicación efectiva de los mismos, amplios sectores sociales perciben los ODS como incapaces de afectar las dinámicas reales de desigualdad, violencia o degradación ecológica. Esta desafección se agrava cuando la élite política presume de progreso sostenible mientras mantiene políticas extractivistas, migratorias o bélicas opuestas al espíritu de la Agenda 2030.


Estudios del Real Instituto Elcano (2024) y del CIDOB alertan de que el lenguaje de los ODS ha sido capturado por élites institucionales sin generar políticas públicas transformadoras. Esto alimenta lo que Boaventura de Sousa Santos llama una ‘democracia sin ciudadanía’, donde los discursos progresistas coexisten con estructuras profundamente excluyentes.

El clima polarizado y la sombra de la conspiración

La desafección hacia los ODS no ha generado únicamente escepticismo razonable El avance político de partidos ultraderechistas en Europa, América y otras regiones del mundo representa un obstáculo directo para la implementación de los ODS. Estos movimientos no solo niegan componentes clave de la Agenda 2030 —como la justicia climática, la igualdad de género o los derechos migratorios—, sino que presentan la sostenibilidad como una imposición ideológica “globalista” contraria a la soberanía nacional.

En países como Italia (Meloni), Argentina (Milei), Hungría (Orbán) o incluso Alemania (AfD), los programas de gobierno han eliminado referencias explícitas a los ODS y han desmantelado políticas alineadas con ellos, desde la cooperación internacional hasta la educación ambiental (CIDOB, 2024; European Parliamentary Research Service, 2023).

Este rechazo no es solo político, sino discursivo: la Agenda 2030 ha sido objeto de campañas de desinformación, acusaciones conspirativas y discursos de odio, lo que ha generado una desafección creciente incluso en sectores moderados. Aunque estas posturas no tienen base académica, científica, ni respaldo institucional, su difusión en redes sociales y medios alternativos muestra el grado de polarización que rodea ya incluso a los consensos mínimos en derechos humanos. Como ha señalado el Real Instituto Elcano en su informe de 2024, el negacionismo climático, el antifeminismo militante y el autoritarismo discursivo se alimentan mutuamente para erosionar toda aspiración de justicia global. Frente a ello, defender los ODS ya no es solo una tarea técnica o diplomática: es una posición política frente a una ofensiva reaccionaria global.

La viabilidad de los ODS en un contexto de crisis sistémica

Se podría interpretar que la forma de rescatar los ODS de su deriva simbólica sería reenfocarlos políticamente desde tres ejes: coherencia ética, fiscalización real y protagonismo ciudadano. Pero afirmar esto sin reservas sería ingenuo. Porque la pregunta real no es qué habría que hacer, sino si existe voluntad real de hacerlo en un mundo que ni siquiera es capaz de detener un genocidio retransmitido en directo.

En el plano educativo, la UNESCO ha impulsado la Educación para el Desarrollo Sostenible, pero según su informe de 2023, solo el 32 % de los currículos escolares incorpora los ODS de forma transversal. A nivel institucional, más del 60 % de los países carece de estructuras de gobernanza interministerial funcional para implementarlos (Global Sustainable Development Report, 2023). La mayoría de Estados ha presentado Informes Nacionales Voluntarios ante la ONU, pero estos documentos —sin mecanismos vinculantes ni auditorías externas— suelen limitarse a una narrativa complaciente.

Y en el plano participativo, iniciativas como las auditorías ciudadanas, los presupuestos sostenibles o los foros multiactor siguen siendo marginales, fragmentarios o cosméticos. El sistema internacional carece de instrumentos eficaces para obligar a más de 190 países a cumplir compromisos tan ambiciosos, y esa es la raíz del problema. Como ya ha demostrado la inacción ante el genocidio en Gaza, el derecho internacional ha sido desbordado por la lógica de fuerza, el chantaje geopolítico y la impunidad de las potencias.

La única vía imaginable para rescatar la Agenda 2030 sería la presión política sostenida desde abajo como una exigencia radical de coherencia ante la violencia estructural del mundo actual. Sin embargo, incluso esa vía está profundamente comprometida: la polarización social, la fragmentación ideológica y la desinformación sistemática hacen casi imposible construir mayorías críticas amplias que se enfrenten al poder sin fracturarse a sí mismas. En este clima, incluso las mejores agendas pueden volverse inservibles.

En Civis Data consideramos que los ODS no han fracasado por exceso de idealismo, sino por ausencia de compromiso político real. La Agenda 2030 puede seguir siendo un horizonte útil, pero solo si se la rescata del lenguaje diplomático vacío y se la somete al juicio crítico de quienes viven las consecuencias de su incumplimiento.

En un mundo donde la impunidad es global, las instituciones fallan y la violencia vuelve a ser legitimada, no bastan declaraciones bienintencionadas. Como advertía Susan Neiman: “Una sociedad sin ideales termina despreciando incluso sus aspiraciones más nobles”.

En ese abismo creciente entre el discurso utópico y la práctica destructiva, el escepticismo no es cinismo: es una forma de lucidez política. No se puede construir un mundo justo sobre los escombros del silencio ante la barbarie. La cuestión no es si los ODS son válidos, sino si estamos dispuestos a convertirlos en algo más que una promesa rota. Si no hay una movilización activa, valiente y transversal, los ODS no fracasarán por imposibles, sino porque el mundo ha renunciado a merecerlos.

  • Amartya Sen – Desarrollo y libertad (1999)
  • Susan Neiman – Left Is Not Woke (2023)
  • Thomas Pogge – World Poverty and Human Rights (2002)
  • Michael Walzer – Just and Unjust Wars (2015 ed.)
  • Boaventura de Sousa Santos – La cruel pedagogía del virus (2020)
  • Parag Khanna – The Future Is Asian (2019)
  • Barry Buzan & Ole Wæver – Regions and Powers: The Structure of International Security (2003)
  • Paloma Llaneza – Datanomics. La soberanía del dato 

 

  • Global Sustainable Development Report (ONU, 2023)
  • UNESCO – Educación para el Desarrollo Sostenible
  • UNICEF – Situación de la infancia en Gaza (2024–2025)
  • OHCHR / ONU Derechos Humanos – Reportes sobre Gaza y crímenes de guerra
  • Corte Penal Internacional – Órdenes de arresto (Netanyahu, Gallant, 2025)
  • OCDE – Gobernanza para el desarrollo sostenible (2023)
  • Real Instituto Elcano – Análisis sobre Agenda 2030 y geopolítica (2024–2025)
  • CIDOB – Informes sobre ODS, polarización y sostenibilidad global (2023–2025)
  • Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE) – Informes de seguridad internacional
  • International Crisis Group – Middle East & Gaza updates
  • UNRWA – Reportes sobre situación humanitaria en Palestina
  • Foro Político de Alto Nivel sobre Desarrollo Sostenible (HLPF)

 

  • The New Yorker – Entrevistas y análisis sobre Gaza y derecho internacional
  • AP News / Associated Press – Actualización constante de cifras y bombardeos
  • The Guardian – Reportes y análisis sobre Oriente Medio, ODS y conflicto global
  • Financial Times (FT) – Cobertura crítica de la agenda geoeconómica 2025
  • Time Magazine – Artículos sobre Trump, geopolítica y reconstrucción de Gaza
  • El País / El Mundo / Cadena SER – Opinión y seguimiento europeo sobre Gaza y UE
  • BBC World News – Reportajes verificados sobre crímenes de guerra y geopolítica
  • El Orden Mundial – Mapas y análisis para jóvenes politólogos, excelente divulgación

 

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Clima, desigualdad y polarización política

Aunque el cambio climático es una amenaza global, su gestión política actual ha generado respuestas desiguales, elitistas y polarizadas. La izquierda lo asume como causa moral, mientras la ultraderecha lo rechaza como parte del ‘globalismo’. La clave está en democratizar la transición ecológica sin caer en discursos excluyentes ni tecnocráticos.

Del consenso científico a la polarización ideológica

Durante los años 80 y 90, el cambio climático se abordaba desde un marco científico compartido por la mayoría de los gobiernos, reflejado en eventos como la Cumbre de Río (1992) o el Protocolo de Kioto (1997). Sin embargo, desde los años 2000, el debate se ideologizó. Naomi Oreskes y Erik M. Conway han documentado cómo ciertos sectores promovieron el negacionismo deliberado para proteger intereses económicos: “Una pequeña red de científicos ha engañado al público y ha retrasado la acción durante décadas” (*Merchants of Doubt*, 2010). Hoy el clima es una bandera de la nueva izquierda y un enemigo para muchos discursos de ultraderecha, como recoge el informe 2023 de la Fundación Alternativas sobre desinformación climática en redes sociales.

– La izquierda ha adoptado una narrativa de emergencia, moral y de urgencia.
– La ultraderecha lo presenta como excusa del globalismo, rechazando los ODS, la Agenda 2030 y culpando a las élites urbanas.

Dos ejemplos actuales que nos sirven de paradigma:

Ideología, religión y confrontación – Laudato Si’

En 2015, el Papa Francisco publicó la encíclica *Laudato si’*, un documento histórico en el que llamaba a una ‘conversión ecológica’ y denunciaba el modelo económico que destruye el medio ambiente y margina a los pobres.

Su postura ha sido aplaudida por ecologistas y movimientos sociales, pero ha generado rechazo en sectores conservadores de la Iglesia, que lo acusan de politizar su mensaje y acercarse a la izquierda. El obispo estadounidense Thomas Tobin la calificó como “intervención imprudente en política económica” (The Tablet, 2016).

Según Vatican News, la encíclica ha sido uno de los documentos más debatidos en la curia en los últimos 30 años.

 Este caso demuestra que el cambio climático divide incluso a instituciones tradicionalmente unificadas, como la Iglesia Católica, y refuerza la idea de que el ecologismo se ha convertido en uno de los principales campos de batalla ideológica del siglo XXI.

El apagón español y la manipulación del discurso

En abril de 2025, un fallo masivo en la red eléctrica española dejó sin suministro a varias provincias. A pesar de tratarse inicialmente de una crisis técnica, la reacción política fue inmediata: líderes de la derecha culparon al ‘fanatismo verde’, mientras la izquierda denunció sabotajes e infrafinanciación (El País, 4/04/2025; El Confidencial, 6/04/2025). La desinformación se multiplicó en redes sociales según Greenpeace y Maldita.es. Como advirtió el ecologista Carlos Bravo en Público (8/04/2025): “La verdad no puede depender del algoritmo ni del color del gobierno”.

Mientras sectores progresistas alertan sobre la fragilidad del modelo energético y exigen transición urgente, líderes de ultraderecha (Vox y afines) difunden teorías de sabotaje, critican los fondos verdes y vinculan el apagón a una supuesta ‘agenda ecototalitaria’.

Este caso muestra cómo incluso las crisis técnicas se convierten en trincheras políticas.

El riesgo de una transición verde sin justicia social: élites verdes y desafección

Las soluciones propuestas a la crisis climática suelen ignorar la desigualdad estructural. El economista Lucas Chancel advierte en *Unsustainable Inequalities* (Harvard, 2020): “Sin justicia social, la transición ecológica será percibida como un nuevo privilegio de los ricos”.

Oxfam alertó en su informe de 2023: “El 1% más rico del planeta emite más del doble que el 50% más pobre”.

Sin embargo, muchas políticas verdes penalizan a las clases trabajadoras: tasas al diésel, restricciones de calefacción o dietas impuestas, mientras las élites viajan en jets o invierten en fondos ESG lucrativos (DiEM25, marzo 2024). En este sentido:

  • Políticas como zonas de bajas emisiones o subida de carburantes afectan más a clases populares.
  • El discurso verde institucional puede parecer moralista o desconectado del día a día.
  • Alternativas reales: ecología popular, transición justa, energía pública y democrática.

Consideramos en Civis Data que la lucha contra el cambio climático no puede seguir siendo una cuestión atrapada entre banderas ideológicas, tecnocracia desconectada y gestos simbólicos. No bastan los informes científicos ni los eslóganes de campaña: sin un nuevo pacto social que una justicia ambiental con justicia económica, el discurso verde será visto por muchos como una imposición de élites que no predican con el ejemplo. Mientras unos convierten el colapso climático en una batalla cultural, otros lo convierten en una oportunidad de negocio. Y en ese cruce de intereses y ficciones, el ciudadano medio —el que paga la factura energética, recicla por responsabilidad y escucha versiones opuestas cada día— queda desorientado, desmotivado y, lo más grave, desmovilizado.

Si el ecologismo quiere sobrevivir políticamente, debe recuperar el terreno de lo común: construir confianza, hablar claro, proteger sin imponer y actuar con coherencia. El futuro no puede depender de quién gana un tuit ni de si un apagón favorece a un partido. Solo recuperando la verdad como punto de encuentro —no de disputa— será posible transformar el miedo en acción compartida. Porque el clima no entiende de fronteras ni de ideologías, pero sí sufre las consecuencias de nuestra incapacidad para unirnos.

No podemos permitir que una cuestión ética y científicamente urgente quede atrapada en luchas ideológicas y partidistas que retrasan la acción necesaria. La emergencia climática no admite dilaciones ni excusas: es una responsabilidad intergeneracional que exige altura política, honestidad intelectual y voluntad de cooperación global.

 

– CIDOB: justicia climática y gobernanza verde.

– El Orden Mundial: artículos sobre clima y política.

– Naomi Klein: *Esto lo cambia todo*.

– Michael Shellenberger: *Apocalypse Never* (crítica desde el centro-derecha).

– Noticias recientes sobre el apagón de abril 2025 en España (El País, El Mundo, La Vanguardia).

– Encíclica *Laudato si’* (2015), Papa Francisco. Disponible en la web del Vaticano.