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Libertad de expresión vs cultura de la cancelación

La llamada ‘cultura de la cancelación’ ha irrumpido en el debate público como símbolo de una nueva sensibilidad moral. Para algunos, representa una forma de justicia social en un mundo aún marcado por el racismo, el machismo o la homofobia. Para otros, se ha convertido en una amenaza a la libertad de expresión y al debate abierto. Este ensayo analiza el fenómeno desde una perspectiva crítica y equilibrada, identificando sus límites, riesgos y posibles salidas democráticas.

Ni la cultura de la cancelación es un instrumento válido de transformación social, ni la libertad de expresión puede usarse como escudo para el discurso de odio. El verdadero desafío está en construir espacios donde el desacuerdo sea posible sin miedo, y donde el respeto no implique silencio forzado.

Hay muchos ejemplos recientes de reacción colectiva de rechazo a personas, obras o discursos considerados ofensivos o discriminatorios.  “Hoy, el juicio público se hace con retuits, no con leyes”, (Jon Ronson, *So You’ve Been Publicly Shamed*; The New Yorker, 2022)

Libertad, ofensa y espacio público

La izquierda identitaria defiende la protección frente a discursos ofensivos como parte de los derechos mientras otros sectores alertan del riesgo de censura encubierta y autocensura cultural.

Hay multitud de casos recientes, como universidades donde se impide hablar a figuras controvertidas; ediciones censuradas de autores clásicos (Universidad de Chicago, Declaración sobre Libertad Académica (2015).

“La libertad no vale nada si solo protege lo que no incomoda”, (Salman Rushdie, entrevistas tras el atentado de 2022;

Odio digital y efectos reales. “La tecnología ha superado a la ética”, (Timothy Snyder, historiador).

Según el Ministerio del Interior (Informe 2023 sobre delitos de odio); la Fundación Maldita y Amnistía Internacional:

 -Las redes sociales son vehículos del odio y la polarización: racismo, homofobia, misoginia.
– Muchas veces no hay castigo real: impunidad digital y normalización del insulto.
– Existe un aumento de delitos de odio en la vida offline.

El silencio como defensa

El problema no afecta solo a famosos: cada vez más personas temen expresarse por miedo a ‘meter la pata’. Contamos con miles de ejemplos cotidianos: apodos tradicionales, bromas antiguas, palabras heredadas ahora son tabúes. El resultado es que se evita el diálogo por miedo al juicio moral instantáneo. “Nos estamos volviendo incapaces de distinguir entre lo ofensivo y lo violento”, (Fourest).

*vid Caroline Fourest, *Generación ofendida*; artículos de opinión en El País y El Mundo (2023).

¿Alternativas a la cancelación?

Cancelar no transforma estructuras: sólo genera satisfacción simbólica y reforzamiento de identidades. Necesitamos pedagogía del diálogo, justicia discursiva y normas comunes en el espacio público.

Además, los algoritmos premian el conflicto: likes y retuits sustituyen al debate y “La libertad de expresión es demasiado importante para dejarla en manos de los algoritmos”, (Garton Ash).

*Vid: Timothy Garton Ash, *Free Speech*; Centro de Estudios de Ética Aplicada (Universidad de Oxford).

La cultura de la cancelación, lejos de corregir desigualdades profundas, ha multiplicado la polarización y el miedo.

Frente a eso, no podemos refugiarnos en una libertad sin límites, ni aceptar el silenciamiento como forma de virtud. Necesitamos un nuevo marco democrático de conversación: basado en el respeto, la claridad y la voluntad de entender antes de condenar.

La desafección solo se combate con escucha real, no con escraches digitales ni dogmas ideológicos.